Las mujeres somos súper poderosas. Las que somos mamás, las que no, las que trabajan, las que son amas de casa, las que sostienen emocionalmente a su familia, a sus parejas, las que ponen proyectos en marcha… todas tenemos hijos propios, adoptados, inventados, acoplados, interesados… Y como nosotras podemos, pues ahí vamos con todo…

Pero nuestros hijos REALES son lo más importante, nuestras familias, ellos son todo para nosotras, pero, en el fondo, ¿somos felices? Es muy injusto para ellos ser un componente importante en nuestra infelicidad. No es justo para nadie. No lo es para nuestras parejas que quisieran vernos felices, no es justo para nuestros hijos, porque ellos no pidieron venir a este mundo. Pero sobre todo no es justo para ti. Tú no mereces ser infeliz.

Parece que todo depende de nosotras: la casa, los hijos, los papas (propios), los papas (de nuestros hijos), que nuestros hijos sean alguien en la vida (…), que estén “bien” educados, debemos ir siempre perfectas, no tener problemas (o que no se note mucho por lo menos). Es demasiado. Y lo peor es que no es verdad, no todo debe depender de nosotras. Nos han vendido la moto y nos la hemos tragado enterita.

Y lo peor es que no es verdad, no todo debe depender de nosotras.

Cuando trabajo con grupos de mujeres mamás, raro es el día que no bromeo diciendo que voy a comprar un perchero para que dejen la capa de súper heroína fuera. Suele causar risa nerviosa y después una bajada de hombros y un “si, es cierto”. Pero esta toma de conciencia nos dura poco.

Estamos entrenadas para poder con todo. “Si quieres puedes”, “si te organizas, lo lograras”… esos son los mensajes externos e internos que nos bombardean y nos empujan a seguir tirando del carro. Y son ciertos. Podemos, pero ¿queremos? ¿somos más felices por eso? o, por el contrario, tanto si lo conseguimos como si no, sentimos que nos estamos abandonando y eso nos produce una profunda tristeza.

Podemos, pero ¿queremos? ¿somos más felices por eso? o, por el contrario, tanto si lo conseguimos como si no, sentimos que nos estamos abandonando y eso nos produce una profunda tristeza.

Este es un planteamiento que a veces perdemos de vista. ¿Quién me dicta lo que tengo que hacer, donde tengo que llegar, qué meta tengo que alcanzar? ¿Yo? No siempre. Una pista: ¿cuántas de las cosas que haces te llenan de energía? O mejor, de todas las cosas que haces, nombra una que te llene de energía. ¿Cada cuánto la haces?

 

Hemos perdido el contacto con nosotras mismas, con nuestros pulsos internos, con nuestra voz interior.

Hemos aprendido a malgastar nuestro poder, a entregarlo, por ser aceptadas en un mundo al que no pertenecemos. Y lo peor es que, si alguna de las tareas que nos han encomendado fallan, nos sentimos culpables, incapaces, defectuosas, sin poder y, en lugar de pararnos a reflexionar si en realidad toda esa responsabilidad es en realidad nuestra, simplemente nos levantamos y volvemos a la carga.

Hasta el gran Steven Covey lo dice: hay que afilar el hacha. Para las que no habéis oído el cuento del que el gran gurú de la organización del tiempo se inspiró, os lo hago corto. Dos leñadores hicieron una competencia para saber quién era capaz de cortar más árboles.

La verdad, no recuerdo por qué. Uno comenzó venga a talar y a talar como un loco, hasta que su hacha ya no pudo cortar más. Mientras tanto, el otro se dedicó a afilar su hacha. ¿Quién ganó?. Pues eso, el que se ocupó de poner a punto su herramienta. ¿Cuál es tu herramienta? Tu instinto, tu alma, tu intuición, tu cuerpo, tu energía, tu alegría, tu empuje y tú amor. ¿Los estás dando el mantenimiento que merecen?

¿Cuál es tu herramienta? Tu instinto, tu alma, tu intuición, tu cuerpo, tu energía, tu alegría, tu empuje y tú amor. ¿Los estás dando el mantenimiento que merecen?

Te doy otra razón. Mira, puede que nadie te lo dijera antes, pero todas las personas del mundo tienen unos derechos fundamentales irrevocables, y que aunque no estén en ninguna constitución, todos poseemos. Estos son:

NUESTROS DERECHOS ASERTIVOS BÁSICOS

1. El derecho a ser tratado con respeto y dignidad.

2. El derecho a tener y expresar los propios sentimientos y opiniones.

3. El derecho a ser escuchado y tomado en serio.

4. El derecho a juzgar mis necesidades, establecer mis prioridades y tomar mis propias decisiones.

5. El derecho a decir “NO” sin sentir culpa.

6. El derecho a pedir lo que quiero, dándome cuenta de que también mi interlocutor tiene derecho a decir “NO”.

7. El derecho a cambiar (añado: y a no cambiar)

8. El derecho a cometer errores.

9. El derecho a pedir información y ser informado.

10. El derecho a obtener aquello por lo que pagué.

11. El derecho a decidir no ser asertivo.

12. El derecho a ser independiente.

13. El derecho a decidir qué hacer con mis propiedades, cuerpo, tiempo, etc., mientras no se violen los derechos de otras personas.

14. El derecho a tener éxito.

15. El derecho a gozar y disfrutar.

16. El derecho a mi descanso, aislamiento, siendo asertivo.

17. El derecho a superarme, aún superando a los demás.

 

Y no lo digo yo. El recopilador original de estos derechos fue Manuel J. Smith en su libro “Cuando digo, no me siento culpable”. Toma nota.

¿Y por dónde empezar?

A lo mejor ya te has dado cuenta de que necesitas cortar, pararte y pensar qué te hace feliz a ti. Pero en la práctica es difícil, el día a día nos supera con la rutina. Hacemos las cosas sin pensar. Y sólo somos conscientes de que nos estamos extralimitando cuando nos sentimos dolidas con los otros por no reconocer nuestro esfuerzo o cuando estamos exhaustas.

¿Por dónde empezar a reclamar mi espacio, mi tiempo, mis derecho a ser o no ser o dar o a no dar todo de mi? Te doy una pista. ¿Alguno de estos derechos universales te ha tocado? ¿Crees que alguno no debería estar en esa lista? Pues ese. Empieza por ese.

¿Alguno de estos derechos universales te ha tocado? ¿Crees que alguno no debería estar en esa lista? Pues ese. Empieza por ese

Si quieres te doy otra pista: sólo tus hijos necesitan de ti (si tienen menos de 20 años). Del resto de tropa que anda ahí encaramada en tu carro te puedes ir deshaciendo de todos, como hojas de margarita. Porque al final, la única persona en el mundo que te tiene que querer a estas alturas del cuento eres tú. 

Para poder seguir a delante sin rompernos, sin dejarnos el alma en el intento, sin fallar a los que nos importan, sin gritarles, sin explotar, sólo podemos hacer una cosa: aunque podamos hacer más, debemos dosificar nuestras fuerzas, encontrar aquellas cosas que nos hacen felices, que nos llenan de energía y darnos una dosis de vez en cuando. Porque lo mejor que podemos hacer por los que más amamos es estar bien para poder darles lo mejor de nosotras mismas.

Te mando un abrazo enorme y ya sabes: a afilar el hacha.

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