
Hoy quiero compartir contigo un aprendizaje que surgió entre un grupo de padres de una comunidad Waldorf donde fui invitada a dar una charla.
El tema que les preocupaba era cómo responder adecuadamente en una situación de conflicto con agresión, donde tu hijo o hija o bien es el agredido o el agresor o ambos.
Las preguntas principales fueron: ¿Le decimos que se defienda? ¿Si no se defiende se va a volver codependiente? ¿Es lícito agredir para defenderse? ¿Cómo evitar esas situaciones? Me pareció muy interesante y quiero compartir lo que aprendimos en el blog.
En primer lugar, las situaciones en las que los niños (sobre todo de menos de tres o cuatro años) llegan a las manos son normales, desde el punto de vista del desarrollo al menos. Tenemos que pensar que antes que racionales, somos animales en proceso de socialización. La socialización viene después y se va asimilando según nuestro cerebro “superior” o cognitivo va desarrollándose.
Es normal que nuestros hijos e hijas peleen si son pequeños, porque ante todo somos animales que no entendemos de normas o de lo socialmente aceptable. Eso hay que enseñarlo.
Desde el primer momento debemos evitar que los niños se hagan daño, ya sea ellos mismos o por manos de otros. Eso está claro. Pero jamás debemos etiquetar a ningún niño o niña por sus acciones, sino su comportamiento.
Igual que unos hablan, dejan el pañal, caminan, etc. antes o después, el auto control y el manejo socialmente aceptado de las emociones dependen de cada niño y su desarrollo. Dicho esto, siempre, siempre, siempre que hay agresión hay que intervenir. Como adultos, somos los responsables de mitigar, resolver y enseñar a manejar esas situaciones, sobre todo con el ejemplo.
Un adulto enfadado, que se siente culpable, que se siente agredido por la situación, acusador, etc. no está en el estado más indicado para resolver de forma constructiva una situación así. Así que lo primero es respirar, tranquilizarse y no hacer caso al juez interno para actuar con la mayor ecuanimidad posible.
Siempre, siempre, siempre que hay agresión hay que intervenir.
Es un conflicto en el que siempre las dos partes creen tener razón. El agresor lo es porque se está defendiendo de algo: del otro (aunque tuviera buenas intenciones en realidad) o de sí mismo (su miedo a ser menos, a quedar mal delante de otros, a perder su autoridad, etc.) Si tenemos esto en cuenta, nos será más fácil entender de forma equilibrada y equitativa la situación y actuar de forma adecuada.
Si nuestro hijx agrede a otro, lo que tienes que tener en cuenta es desde donde lo hizo, de qué se estaba defendiendo. Si se siente comprendido, después aceptará mejor las alternativas más socialmente aceptadas que le propongas. Debemos enseñar a nuestro hijo o hija son otras maneras de expresar su disgusto, enfado, miedo o la emoción subyacente, de formas más socialmente aceptadas, sin juzgarle ni condenarle personalmente, sino su coportamiento.
Idealmente, él mismo, si tiene la edad suficiente, puede pensar en las alternativas a la agresión que crea que podrían ayudarle en próximas ocasiones. No esperes que deje de reaccionar de esa forma a la primera, pueden pasar meses hasta que desarrolle el autocontrol que necesita, pero la clave está en que no pierdas la paciencia o la calma y en la repetición.
En cuanto al agredido, si es nuestro hijo o hija, lo que más va a ayudarle es que le mostremos cómo evitar ese tipo de situaciones en el futuro, enseñándole a conectar con su sentir, con su propia sabiduría interior sobre lo que está “bien” y lo que está “mal” (desde un punto de vista social), a leer en el otro su intención y su estado de ánimo, para que aprenda a prevenir esas situaciones y, lo más importante, a distinguir lo que le lastima de lo que no.
Si tu hijo agrede a otro, enséñale a ponerse en el lugar del otro y a diferenciar lo que está bien de lo que está mal por sí mismo
Este punto podría ser materia de otro artículo completo, pero lo más importante aquí es que le enseñemos a no ser una víctima, a no necesitar la aprobación o el amor de los otros a toda costa y a darse cuenta de cuándo algo es dañino para él o ella, ya sea física o emocionalmente, ya sea en cuanto a su integridad como persona o ya sea un precio a pagar por amistad o amor de otro.
Los conflictos en la vida son inevitables, eso es así. Uno no puede ni debe estar evitando confrontaciones, porque a veces son muy necesarias. No se trata de huir o de convertir a nuestros hijxs en pusilánimes. Se trata de que ellos aprendan a diferenciar a las personas, animales o cosas que, potencialmente, pueden hacerles daño. Ese es un aprendizaje invaluable para su bienestar futuro.
Lo más importante es que enseñemos a nuestros hijos a sentir lo que no les conviene, ya sean situaciones, personas o cosas
Para eso tienen que tener el suficiente nivel de desarrollo como para entender al otro, cómo piensa, qué siente, cuál es su ánimo y su intención. Para los niños de hasta cinco años, entender las intenciones de otra persona, es decir, poder adivinar lo que el otro estaba pensando y cuál era su intención al hacer algo, es madurativamente hablando imposible o al menos poco probable.
Predecir el pensamiento ajeno es una habilidad del cerebro cognitivo que necesita estar madura para producirse. Por eso, los niños menores de cinco años no saben si alguien hizo algo a propósito o accidentalmente o si su intención era lastimarles, engañarles o tener una atención con ellos. ¿Te ha pasado que golpeas a tu hijo o hija menor de cinco años sin querer y se enfada como si lo hubieras hecho a propósito? Es por esta razón.
Aunque madurativamente sea un desafío para ellos, tanto el aplicar otras formas de expresar sus emociones como el entender las intenciones de los otros, nuestra labor es explicarles la realidad de lo que pasó en la situación, sin poner ni quitar nada. Que nosotros traduzcamos con palabras su experiencia les ayuda a entender lo que pasa, cómo funciona el mundo, a que esa maduración se realice de acuerdo con la realidad de los que pasa y a desarrollar sus propias estrategias para resolver los conflictos.
Errores que no debemos cometer
- Culpabilizar a los objetos
El típico ejemplo de un error que no debemos cometer ya desde muy temprano es cuando nuestro hijx de un año o menos, que empieza a caminar y se golpea la cabeza con la mesa y nosotros le intentamos consolar diciendo “mala mesa, mala mesa”. Este es un claro ejemplo de “contra-educación”. Si hacemos eso, les estamos enseñando a:
- Culpar al otro sistemáticamente
- A no responsabilizarse de las situaciones y de su propio cuerpo
- A vivir la vida desde su subjetividad sin cuestionarse la realidad de los hechos
¿A cuántos adultos conoces que tienen este comportamiento ante los conflictos con los otros?
2. Jamás etiquetar ni a al agredido ni al agresor
Cuando etiquetamos, estamos siendo agresivos. Debemos recordad que el agresor siempre se está defendiendo, al menos en el caso de los niños pequeños. No existe la maldad en los niños. Ellos reaccionan de una forma socialmente incorrecta, pero no son malos.
3. Jamás pegar, castigar, regañar o humillar
Cuando un niño expresa rabia o agresividad desproporcionada es porque la ha sufrido en algún momento. Es esa sensación de impotencia, injusticia, abuso que sufren cuando, por ejemplo, les pegamos o castigamos sin tener en cuenta sus motivaciones. Esto de forma reiterada causa la agresividad y la rabia en otros más pequeños o en un posición de menor poder. Normalmente se pega, castiga o regaña al agresor, pero también, sin querer a veces humillamos a la víctima. Le decimos que no sea “niña”, que no sea cobarde, que actúe, que se defienda, cuando a veces no puede. Los seres humanos estamos diseñados para atacar, huir o congelarnos ante una amenaza. Cuando un niño no se defiende puede que su organismo le haya paralizado de forma automática.
4. Decirle a un niño que actúe de una determinada forma
Siempre debemos enseñar a responder y ofrecer diferentes alternativas y a distinguir las personas o situaciones problemáticas y a valorar cómo actuar sobre ellas. Si le decimos que peque de vuelta si le pegan, le estamos autorizando a pegar cuando sea conveniente, pero no le estamos enseñando a valorar primero la situación y a actuar en consecuencia. Tal y como la naturaleza nos ha equipado de “serie”, cuando otro te agrede a veces es mejor huir, otras veces hacerse el “muerto” y otras atacar. Un niñx menor de 5 años todavía no va a poder distinguir una cosa de la otra.
Hay múltiples formas de actuar en una situación de agresión, enseñarle a distinguir cuál utilizar en cada momento usando su propio criterio, es lo más educativo que podemos hacer. Debemos, en primer lugar, validar su reacción, después enseñarle a usar su guía interna para actuar en consecuencia y de forma socialmente aceptable. Una y otra vez. La repetición es la clave [/box]
Hagamos que nuestros hijxs se conviertan en adultos más equilibrados, seguros y empáticos. Es nuestra responsabilidad ?
Me encantará que compartas conmigo tus dudas sobre este u otros temas que te preocupen a través de una asesoría de crianza. Es un espacio de 1 hora, online, en el que te ayudaré de forma personalizada a resolver tu problema con la crianza, con el comportamiento de tu hijx o con cualquier situación personal que te esté impidiendo dar lo mejor como mamá. Puedes ver aquí en qué consiste https://mamaenequilibrio.com/asesoria-de-crianza/
Si te ha gustado la entrada me encantará que la compartas en tus redes sociales y que dejes tu comentario abajo. Me ayudará mucho a seguir ayudándote en esta etapa de tu vida.
Excelente Eva! me encantó…tengo un niño de 3 años y 1/2 y estoy pasando por esa misma situación. Gracias por tan valiosa información.
Cariños,
Selva
Gracias a ti por tu mensaje. Puedes compartir siquieres, para que le llegue a más personas que lo necesitan. Te mando un abrazo!